A mi amigue
Siempre sentiste que eras diferente y si no lo hubieses sido, lo hubieses inventado porque sabías que eras especial.
Después de tantos años peleando, decidiste desmarcarte y usaste una H para definirte. Qué mejor letra para ti que aquella que no se nota, la que pasa desapercibida, suave, sin hacer ruido pero que está. Y vaya que si está.
Te gusta caminar por el filo de la espada y cuanto más afilada esté mejor, porque para ti la vida hay que vivirla desde dentro, embarrada, mojada, a veces cayendo hacia un lado y a veces cayendo hacia el otro. Aprendiendo a respirar profundo, con los pulmones llenos casi a punto de explotar de vida.
Cuando llega la melancolía entornas los ojos, para tener la realidad lo más enfocada posible y desde ahí, poder deconstruirla y comerte los trozos en pequeños bocados que a veces se te indigestan y se te clavan en la boca del estómago.
Pero la ves bailar y empiezan a llover gotas de colores que se te meten por los oídos, por los ojos, por la nariz y te cubren todos y cada uno de los poros de tu piel y entonces te dejas llevar y te pierdes en sus hoyuelos.
Y abres los ojos esperando que se te salgan de las órbitas porque ya no los necesitas, no quieres ver más la vida a través de ellos, sino a través del alma. Porque tu alma es neutra y equilibrada, porque te da seguridad imaginar en lugar de ver.
Y así te conocí una tarde junto al mar y ya quise abrazarte y cantar contigo a Sabina y a Aute mientras bebíamos tequila a la luz de una hoguera, abrigadas por el increíble cielo mexicano. Y supe entonces que, sin lugar a dudas, a tu lado podría llegar a-Marte.