El Periódico
Le gustaba leer el periódico por las mañanas. Sorbía con cuidado el café, despacito, para que no se le acabara, sabiendo que cuanto más le durara, más tiempo tendría para pasar las hojas llenándose del olor de la tinta.
Yo le observaba de lejos, desnuda. Me gustaba ver como se subía las gafas con el dedo índice sin apartar la vista de la lectura. Hacía pequeñas pausas para colocar la taza en el sitio exacto. Un lugar cercano, al alcance, pero sin rozar las hojas.
Un día desperté y tenía el pelo alborotado. Las gafas en la mesa no estaban colocadas como siempre y se movía sin rumbo, agitado de un lado a otro de la habitación.
El día se había despertado ventoso y una ventana mal cerrada había permitido que el viento empujara las hojas del periódico y las esparciera sin rumbo por toda la estancia. Él las perseguía apesadumbrado, triste y derrotado.
¿Por qué estás tan preocupado? le pregunté.
Y fijando su mirada sobre mis ojos me contestó llorando:
– Tengo miedo de que se me pierdan las palabras y no sepa cómo llamarte.