Fin
Traía el alma rota sujeta con una tirita y un reloj Gucci en la muñeca.
La noche antes le había atropellado una locomotora con 30 vagones cargados de sueños sin cumplir y una niña con trenzas rubias con lágrimas en los ojos.
Hacía dos años que su vida se le escapaba entre los dedos mientras peinaba sus mechones por las mañanas y se anudaba la corbata.
Habían empezado a hacerle daño los zapatos y se le desataban los cordones, rebeldes, absurdos. Decidió dejarse barba en su último intento de encajar mientras compraba hilo de seda para ahorcarse.
Ya no disfrutaba frente al espejo, como antes. Ahora solo veía a un desconocido descuidado, más viejo y más loco y sentía pena de sí mismo.
El día anterior rompió el espejo de un puñetazo y llamó al trabajo con la excusa más ridícula que se le ocurrió: un conejo rosa con olor a lirio le había secuestrado apuntándole con una lupa. Y así pasó todo el día, discutiendo con el conejo cuánto exactamente agrandaba la lupa el dolor.
Por la noche estaba apurando medio vaso de ginebra ahogado en un cubito de hielo con sabor a cilantro cuando me llamó:
-Ya puedes venir a por mí, me rindo. Ya no quiero morir más, ahora sólo me queda vivir.