Hay veces que comienzas a leer un libro sabiendo de antemano que te va a gustar. No sabes con qué intensidad, pero sabes que va a ocurrir. Y es lo que me ha pasado con el libro de relatos eróticos Penny Black de Marisabel Macías, que no sólo me ha gustado sino que os lo recomiendo porque merece mucho la pena.
En La Paz hemos tenido la enorme suerte de conocer a la escritora que ha resultado ser una persona de lo más íntegra, interesante, culta… y podría seguir poniéndole adjetivos porque la quiero mucho y me siento muy orgullosa de ser su amiga.
No sólo me ha gustado la forma y el fondo de libro, sino que me ha inspirado para lanzar una nueva serie de microrrelatos en el blog como botellas al mar enviadas a personas desconocidas que un día se cruzaron en mi camino.
Y es que este libro va de eso, de lanzar pensamientos para que viajen y alguien los recoja y a su vez vuelva a lanzar nuevos para otros alguien.
Así que mi primera botella al mar para ella.
A la escritora
La primera vez que te vi mirabas de lejos como la que está decidida a agarrar aquello que más anhela. Llevabas una minifalda por la que asomaban unos lacitos negros en tus medias, sobre tus muslos, y me pregunté cuántas heridas de guerra habrían anidado entre ellas.
Pasé a tu lado, desconocida, como una güerita más que asiste a una marcha donde todas nos unimos en una sola voz, repitiendo consignas mientras la sangre se nos agolpa en el pecho y las lágrimas se nos quedan contenidas, quietas, humedeciendo nuestros ojos.
Te escuché, te admiré y me enamoré de esa mirada segura mientras recitabas varios relatos que habías escrito. Me traspasó tu seguridad, esa rodilla ligeramente doblada y un mechón de pelo negro que te caía sobre la mejilla. Tu nombre me partía el pecho y me volaba la cabeza.
Pasaron unos días y tuve la suerte de volver a encontrarte. Ambas combativas, aprendices y con el alma abierta a una vida que nos corta la respiración y que nos supera demasiadas veces. Cuanto más ibas abriéndote, más deseaba pasar la vida pegada a ti y morirme mientras me hablabas de filosofía.
Sabía que la vida sólo nos había presentado en un encuentro fugaz que quedaría reducido a polvo cósmico algún día, y aun así, me negaba a soltarte porque eras demasiado valiosa para mí. Fuiste como una fuente que se desborda y te cala hasta los huesos, te estremece y te eriza la piel pero no quieres secarte. Sabes que el sol poco a poco la irá calentando y dejará marcada la sombra de tus gotas que de vez en cuando miraré para recordarte, pensarte y soñar con nosotras.