18 de Abril de 2015. Llegamos a Pokhara después de 10 horas de viaje en uno de nuestros ya conocidos buses «Dilás» (deluxe) atravesando el maravilloso paisaje del Terai con sus montañas, ríos y cascadas… y sus “carreteras” claro.
Habíamos estado casi 2 meses en la imperial ciudad de Bhaktapur y nos habíamos acostumbrado a sus calles adoquinadas decoradas con templos, estupas y a casas con la más exquisita arquitectura cuando llegamos a la ciudad del lago. Las casas y decenas de tiendas se amontonaban a lo largo de la ribera del Phewa protegidas por el Machhapuchare, la montaña consagrada al Dios Shiva perteneciente a los Anapurnas, cuya cima característica con forma de pez, nunca ha sido coronada. Hasta una semana después no comprobaríamos la verdadera protección que la montaña sagrada nos proporcionaba.
La primera impresión de la ciudad nos encantó, buscábamos un entorno más rural del que veníamos y el poco tráfico de la ciudad unido a los búfalos de agua y las vacas cruzando por todas partes nos enamoró al instante, pero había algo que no nos entusiasmaba, mucho turista. Pokhara es la base para el trekking de los Anapurnas y allí se concentran decenas de personas preparando el ascenso y hippies que dedican su tiempo a meditar, hacer yoga y llevar una vida contemplativa en el mágico entorno del lago. David y yo, que somos más del segundo tipo de visitantes, habíamos decidido establecernos en la zona bohemia donde éstos se concentran, la zona norte del Lakeside, un lugar bastante más tranquilo donde desaparece el asfalto y los alojamientos y tiendas van desvaneciéndose poco a poco.
El destino nos llevó al Phewa corner. Un chico local con rastas nos dedicó una amplia sonrisa al vernos pasar por delante y con la ilusión y jovialidad típica de la gente nepalí nos invitó a mostrarnos su guest house. Negociamos el precio (proceso obligado en cualquier país asiático) y nos quedamos con una maravillosa habitación con terraza desde la cual se disfrutaba del lago en primera línea.
Y en unos días ya estábamos hechos al lugar, sus gentes y a los búfalos de agua. Pokhara tiene algo especial, no es casualidad que tanta gente la elija. Las montañas y el lago generan una energía única y mágica que llega a su máximo esplendor cuando el cielo tan cercano en esta parte del mundo, se llena de miles de estrellas. Pasamos los días leyendo tumbados en la hamaca, paseando por la ribera del lago, conociendo cuevas, cascadas, estupas… y haciendo excursiones a los lagos Berna, a Sarangkot para ver el sol amaneciendo entre los Anapurnas, disfrutando de música en directo cada día y haciendo amigas.
El destino puso en nuestro camino un grupo de personas que en poco tiempo se convirtieron en nuestra familia. Coincidimos un grupo de personas viajeras sin planes estructurados y pasábamos días completos enriqueciéndonos a nivel intelectual y humano hablando y filosofando de la vida mientras convivíamos con la familia que regentaba y vivía en la guest house hasta que una mañana tan tranquila y maravillosa como el resto, la tierra tembló.
Como ya os hemos contado todo lo relativo al terremoto en el post: Cómo vivimos el terremoto de Nepal, no volveré a repetirme pero como es comprensible, esto condicionó nuestros planes y por supuesto nuestras vidas.
En pocos días pudimos ver como la mayoría de turistas iban desapareciendo y dejaban de venir nuevas gentes. Quedamos muy pocas personas occidentales allí y nos unimos más que nunca. Nuestros días cambiaron buscando la forma de ayudar dentro del inmenso caos que generó la situación. Llegaban noticias de todas partes y la gente local estaba muy nerviosa. Todo el mundo estaba triste pero muy unido.
Y así fue pasando el tiempo mientras la tierra seguía moviéndose a diario, varias veces. Cuando nos acostumbramos a la situación y la normalizamos volvieron las rutinas. La gente local volvió a dormir dentro de sus casas y David y yo retomamos los paseos, la lectura y las excursiones. Volvimos a llenarnos de la enorme energía que desprenden los Himalayas y dimos gracias a a la madre tierra de tener tanta fortuna. Fuimos tremendamente felices allí porque vivimos un ritmo de vida que anhelábamos, una vida muy sencilla y tranquila en comunidad, aprendiendo lecciones diarias de integridad y generosidad del pueblo nepalí al que tanto amamos.
Y cuando ya nos sentimos preparados para continuar nuestro viaje, pusimos rumbo al Reino prohibido de Mustang. Pero esto es ya otra historia que os contaremos próximamente…
[alert type=»alert-r2h» title=»Artículo dedicado a nuestra gran familia en Pokhara:»]
Khim y Mitu el padre y la madre de nuestra familia nepalí que, junto a sus hijos Krishna, Bishal (que hace unos días celebraba su Subha Barta Banda y nos hubiera encantado poder asistir) y su hija Bibika, tanto nos enseñaron sobre humanidad y costumbres y ritos nepalíes.
Y también a toda la gente con la que vivimos allí:
Antonella, energía y pura bondad que, junto con la dulce Lenah, se convirtieron en una inspiración para mí y fueron mis mentoras y gurús ese tiempo. Olivier, alegrando y animando cada momento. Reiner y su hijo Patrick que nos enseñaron una dura lección de vida y resiliencia. Heimrich y Marie con su alegría permanente haciéndonos participes de su gran amor. Mark y Lisa con su gran solidaridad y a quien siempre agradeceremos que nos cuidaran «aquel día».
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